lunes, 20 de junio de 2011

Nieblas y dolores

Desde que me rompi el tobillo, he centrado todos mis esfuerzos en volver a caminar bien y eso ha hecho que aprenda a enfrentarme a los dolores de otra forma.

Cuando me dolía todo y no sabía lo que tenía, vivía los dolores con la angustia del desconocimiento. Cuando me diagnosticaron la fibromialgia, aprendí a convivir con ellos y a no forzar la máquina para que los dolores fueran más soportables.
Porque yo sé que si tengo los pies rígidos, hay que esperar a que se aflojen y si no puedo escribir tengo que dejar descansar las manos y si no me puedo levantar a las 8 me levanto a las 9...

Esto no sirve a la recuperación de mi pie y entonces tuve que aprender a forzar, a ir más allá, a morderme los labios y reprimir las lágrimas. Tuve que volver a sentir dolor y aprender que este dolor era bueno. Porque si me duele es porque se está curando y a medida que se cura el dolor es cada vez menor.

Hoy me han puesto nuevos ejercicios. Confieso que he llorado, he sudado y he estado a punto de bajarme de esa tabla que se balancea para salir corriendo (es un decir porque aún no puedo) del centro de rehabilitación y no volver nunca más. Hoy le he visto la cara al dolor. Y el muy cabrón no ha tenido compasión de mi.

Si me duele un ejercicio dejo de hacerlo. Si no puedo levantarme, no me levanto. Si no puedo escribir, no escribo.

Pero nunca puedo espantar la niebla que se instala en mi cabeza. Esa niebla fría, ácida, viscosa que sube poco a poco y se instala llenando mi cabeza de confusión y desasosiego. Tengo la cabeza llena de ella. Y no puedo pensar. Maldita fibroniebla que no me deja ser.

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